
No cabe duda de que para los caleños Celia Cruz fue, es y será su “Reina Rumba”. Los expertos aseguran que la artista amaba visitar la ciudad porque aquí se sentía como en casa. Quienes la conocieron recuerdan cómo disfrutaba del calor, de la brisa de la tarde y, sobre todo, de la calidez de los caleños. El periodista, escritor y gestor cultural Gerardo Quintero, rememora cuando Umberto Valverde, amigo íntimo y biógrafo de Celica, le dijo: “Ella tuvo tres ciudades que amó profundamente: La Habana, por supuesto; New York y Cali”.
Valverde contaba que cuando Celia estaba en la Sultana del Valle se ‘pegaba’ sus escapadas para caminar por la orilla del río, porque de alguna forma ese espacio le evocaba el malecón de la Habana por sus similitudes climáticas. Pero, en especial lo que más disfrutaba era la calidez de la gente “Cali le recordaba, tremendamente, a la Habana, lo único es que la ciudad no tiene mar; pero ella decía que la forma como la gente asimilaba y gozaba su música la hacía sentir en casa”, cuenta Quintero.
Es que en la Sucursal del Cielo, la Guarachera fue coronada como reina incluso antes del boom de la salsa. Desde 1954, cuando visitó por primera vez la ciudad junto a una de las agrupaciones tropicales más importantes de la época —La Sonora Matancera—, Celia enamoró a Cali con su energía, su voz contralto y su presencia carismática. “La energía de Celia y el azúcar era algo que te transportaba y te ponía en éxtasis, sobretodo a quienes amamos este ritmo”, recuerda con emoción la periodista, columnista y coleccionista Paola Gómez, quien hace parte del colectivo Melómanas Ellas en su Salsa.
Históricamente, los cambios culturales —incluidos los musicales— suelen generar resistencia en los sectores conservadores, y Cali no fue la excepción: en las décadas de 1930 a 1950 las élites preferían los sonidos andinos como pasillos y bambucos, razón por la cual existió un rechazo a la popularidad de los ritmos caribeños que estaban conquistando las juventudes.

“El bugalú y estos géneros modernos eran, para entonces, el ritmo vulgar de la época, porque los adultos bailaban boleros, guarachas y los sones tradicionales. Haciendo una comparación este sonido era lo que hoy representa “moralmente” el reguetón, porque aunque es contradictorio no puedes evitar bailaro”, explica Héctor Fabio Mosquera, coleccionista y creador de contenido del medio digital @salserosderaza.
Pero, Cali crecía aceleradamente y recibía migrantes de todo el país, empezaba a abrirse a otras influencias gracias a su estrecha relación con el puerto de Buenaventura, por donde entraron los ritmos antillanos, caribeños y afros. Se dice que los marineros —a quienes llamaban chombos— intercambiaban los LP’s por licor. A esto se sumaban el cine mexicano, permeado por la música que llegaba de Nueva York, y las emisoras cubanas de frecuencia corta que se sintonizaban con facilidad. Sin duda, Celia estaba destinada a ser amada por esta ciudad.
Fue tal la fuerza que tomó la salsa y el amor por la cubana que los sectores conservadores de la ciudad se reunieron para decidir lo inconcebible, invitar a la Sonora Matancera, con su Guarachera, a uno de los espacios más exclusivos de ciudad: el pomposo Club Colombia.
“Dice, el mito que votaron los socios del club para decidir si invitaban o no a Celia, y que ganó por un voto. Este es uno de los momentos icónicos para la cultura salsera cubana”, cuenta Quintero, quien asegura que esto demuestra que desde siempre Cali ha sido una ciudad abierta culturalmente, pese a la resistencia de unos pocos sectores.
Para la primera Feria de Cali, en 1957, Celia y La Sonora Matancera ya eran invitados obligatorios. Aunque durante años se debatió si la cantante participó o no en esa edición inaugural, Óscar Cardoso, director del museo Planeta Salsa asegura que ellos participaron “en la inauguración de la Feria más larga que tuvo Cali. Vinieron con Carlos Argentino. El gran éxito fue ‘Mi Amor Buenas Noches’”.

La generación de Celia marcó un antes y un después en la salsa mundial. La Fania All Stars, Johnny Pacheco, Willie Colón, Rubén Blades, Richie Ray, Bobby Cruz y muchos más fueron un faro para este género, especialmente desde Nueva York. Pero como dice el periodista Lisandro Penagos: “Si en Nueva York llovía, en Cali no escampaba”.
En las décadas de 1960 y 1970 Cali consolidó una identidad musical profundamente ligada a los sonidos caribeños. La voz poderosa de Celia se convirtió en un símbolo de esa identidad. Sus grabaciones con La Sonora Matancera, Tito Puente, la Fania All Stars y su carrera posterior, alimentaron el repertorio de melómanos, coleccionistas, bailarines y orquestas locales.
“La figura de Celia en la música es muy fuerte. Es una de las primeras mujeres en el género; sus presentaciones con la Fania y la Sonora Matancera deja un gran legado para la cultura salsera. Pero en especial en Cali, existe un movimiento activo y un ritual alrededor de la figura de su figura”, dice Gómez.
Una posición que se respalda con los numerosos homenajes que se realizaron en octubre del 2025 por los 100 años de su nacimiento. Con conversatorios, presentaciones de libros y, desde luego, tributos musicales de orquestas caleñas femeninas, Cali recordó a la mujer que hacía vibrar las almas cuando gritaba: ‘azúcar’.
Aunque su relación con Cali comenzó antes de la primera Feria, fue con esta celebración que el vínculo se fortaleció. Celia participó activamente en esta fiesta. Tanto así que en 1998 uno de sus temas más emblemáticos, “La vida es un Carnaval”, fue escogido como la canción oficial de la Feria. Su presencia cada diciembre generaba enorme expectativa: para los melómanos era recibir a una figura reverenciada; para la Feria, era un sello de grandeza.

“Celia se presentó en Cali desde principio de los 50, cuando vino por primera vez a Cali con la Sonora Matancera. Puedo asegurar que durante 30 años no faltó a la Feria de Cali ”, señala Carlos Molina, uno de los directores del Museo de la Sala del barrio Obrero en Cali y quien tuvo la oportunidad de conocer a la cantante, por la relación de ella y su padre, su homónimo.
La relación entre Celia y la Feria de Cali no fue solo artística: fue un encuentro natural entre una de las voces más influyentes de la música latina y la ciudad que convirtió el ritmo caribeño en identidad colectiva.
Hoy, Cali no la olvida. Sus canciones siguen sonando en las salsotecas, en las reuniones familiares y en cada rincón donde se congregan los amantes de la salsa. Su rostro aparece en cuadros, murales y afiches; algunos de sus vestidos reposan en colecciones privadas y museos de la ciudad. Pero, sobre todo, permanece su sonrisa: esa que Cali adoptó para siempre.
“Celia siempre ha estado presente en la vida musical de nuestra ciudad. Es una relación de más de 70 años en los que ella ha estado ahí con su impronta. Se ha mantenido vigente. Es una figura a la que le rendimos amor y respeto por todo el aporte que le dejó a la música y, en especial a la cultura caleña”, comenta Gómez.
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